Los Pericos en Costa Rica dicen.... "Nadie se nos resiste"
Oio oioio oiooooooooo. Si hubiera estado preparado para impresionar, lo primero que se oye al llegar a Costa Rica habría sido un fenomenal esfuerzo de producción. Pero es espontáneo. Al bajar del avión que me trajo a San José para ser el noveno Perico por unos días (no habré dicho "me voy de gira" por cábala antimufa), una radio de ritmosón latino celebra la llegada de los argentinos como si fueran los Stones. "¡Los Pericos vuelven a Costa Rica!", se grita y, si el mito del eterno retorno es el más revisitado por toda épica rockera, acá se confirma la vigencia de otra leyenda: el músico argentino como producto de exportación."Una hija de Hugo Chávez es fan nuestra", confiará un Perico y, mientras el bolivariano reclame para sí el título de fanático más leal, el "tico" (como se autodefine el nacido y criado en Costa Rica) exige ser el padre de la criatura: Pura vida se llama el último disco de la banda cuando "pura vida" es el equivalente al "hola, qué tal" en este país donde el noticiero presenta el informe "Argentina, ¿va a la recesión?", el cable repite episodios de una comedia con Florencia Peña y, en las calles del centro, el tico pasea con la camiseta albiceleste. ¿Argentina potencia? "Al volver de otros shows en Costa Rica surgió usar el 'Pura vida'. Es nuestro mismo espíritu: apreciar la vida, como filosofía. Veníamos pensando qué palabras usar... Lindo día era muy pavo y Reggae Sapiens era bueno pero nos iban a acusar de soberbios": así explica el cantante Juanchi Baleirón el título del álbum que muestra una palmerita en tapa (el árbol, no la factura) y supera "aquel disco cruzado por el enojo y el gusto amargo de una partida" que había resumido 7, el primero sin Bahiano. Si alguna vez hubo dudas sobre el carisma de Juanchi como cantante ("sólo soy un nerd que tuve que ocupar ese lugar", le había dicho al Sí! en el 2005), esas dudas quedan despejadas cuando ensaya el pasito de un flogger espástico ante la multitud que desborda el show en la playa de Puntarenas: según los organizadores, 35 mil personas en un país de 4 millones, y donde el récord lo tenían los 27 mil que fueron a ver a Iron Maiden.¿La banda más querida? En la fonda tica Jardín Cevichero Mexicano (¡ésta es la auténtica hermandad latinoamericana!), un animador de melena caoba interrumpe el número vivo para rendir tributo al Perico que se le anima al plato típico: el gallo pinto (y después imitará a Sandro o, más bien: al marido de Adriana Aguirre cuando imita a Sandro). Como Los Auténticos Decadentes, a Los Pericos se los sigue por memoria emotiva y acá cabe mi propio recuerdo de aquel 21 de septiembre, cuando tocaron en mi viaje de egresados en el Centro Cívico de Bariloche y mi compañera Queta se pavoneó hasta fin de año por la foto robada a Juanchi. "Es cierto que le caemos bien a la gente, será porque es honesto lo que hacemos", concede analítico y, en pocas palabras, elabora teoría sobre el ser frontman y la sociología de masas
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–¿El mito for export sigue vivo?
-En esta etapa, lo primero que hicimos fue ir a tocar a todos lados y plantar bandera. Al principio, la gente escuchaba una voz diferente pero al segundo tema estaba bailando como siempre.
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–¿El cambio de cantante importó menos en otros países?
–El argentino es más enroscado y novelero... A los lugares donde vamos cada tanto, sólo les importa que llevemos la energía.–Para alguien que se presenta como un nerd, fue notable tu evolución al frente de la banda...–Cuando se fue el Bahiano, decíamos: "No hace falta un reemplazo". El mensaje era horizontal. Ahora empieza a ser un rol propio, ya pasó la etapa de comparación. Fue una evolución lenta contra mis propios prejuicios.
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–¿Hiciste un trabajo consciente o fue algo que te salió?
–Fue saliendo, no quise trabajarlo ni me puse a pensar o estudiar...
–Vamos... ¿no ensayabas adelante del espejo del baño?
–No, no. El rol lo ejerzo, pero no dejo de tener humor sobre eso. La gente espera que les des órdenes: "Levantá la mano. Saltá. Cantá". Es así como se manejan las masas, porque no dudan: dicen sí o no. Yo estudié Psicología y, cuando entendés eso, te adelantás a lo que la gente quiere.
–Eso es algo alejado del discurso promedio del rock, que tiene frontmans egomaníacos que se miran a sí mismos...
–Siempre entendimos que nuestra música tiene que ver con la interacción con el público. Nadie se nos resiste: la gente está esperando ser guiada.
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En este país donde los casinos tienen bolillero y, a cada acierto, el croupier celebra al nuevo rico con el grito "¡pegadísimo...!", cuando haya terminado el show se habrán computado ya quinientos recitales con Juanchi al frente del micrófono, lo cual develaría una fijación perica inconsciente con el numerito y la efeméride (Desde cero, Mil vivos, 7). Y mientras la partida de Bahiano quede para un capítulo futuro de Behind the Music, Juanchi se devela como hábil para la terapia de grupo. Analiza: "Me encanta la interacción que sucede en las bandas, por eso nunca trabajé con solistas". ¡Pegadísimo!–Habiendo pasado por una crisis tan grande, ¿alguna vez pensaste que no se podía seguir?–No, eso era imposible. La pregunta era cómo. Tengo que mejorar, me la tengo que creer más, ponerme la capa de superhéroe en el escenario. Me pasé tantos años al costado del frontman que ahora lo manejo con inteligencia. Y ésta no es una declaración muy rockera, más bien racional. Si hay algo de lo que me jacto es de mi intuición para saber qué quiere el otro. No soy impulsivo como todo frontman, pero tengo que aflojar, demasiada razón no es rockera... –confiesa Juanchi y, al final, montado en la vulgata psi, pervierte su misión como analista: –Me planteo un desafío: nadie se va del show sin volverse loco.
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